La duela, los libros, las alacenas, el sonido lejano detrás de bosques y asequias, del tardío gran viaje el llegado empero apacible el esperado descanso. Los pequeños críos en la noche entrada ya reían, aquellos presurosos pasos, habitual movimiento de las criaturas caninas adosaban angustia ya a los pequeñines. La madre los ayuda con rápido paso y con habitual movimiento a introducirse entre las colchas y almoadas, beso tácito, temida espera. Ya la puerta se abría y los críos escuchan ya la graba y el madero, ya el portafiolio y el gemido. La comida esperaba impaciente para suerte de los pequeñines. Entre las colchas compunjía el miedo, el pijama, entre el peluche, el hermano. La respiración poco a poco ya tan solo surrullos. Precavidos de cada uno de los sonidos que podían apreciar desde su cuarto; el agua correr del lavabo, los pasos de los mocasines sobre el madero, las voces inermes del estereo, seguida alcoba, chocolate espumoso, ladrillos vistos, joven candor materno. -Sobre el eternit una bandada de gatos merodean-. Ya afuera el patio, la cocina, el comedor y el bebedero. Los críos respiran poco a poco y los esposos hablan del día entre las promesas y los plazos.
La corniza del durazno se mecía junto con girasoles, los claveles, tulipanes, las hortensias y en lo profundo de aquel lunar un naufragio.
jueves, 2 de abril de 2009
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1 comentario:
Estoy leyendo 2666, acabo de leer Bienvenido Bob, entiendo porque me recomiendas ese relato, Muchos somos Bob y a veces Roberto.
Paúl Narváez SEvilla
pans_lg@hotmail.com
pichirilorojo.blogspot
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