El fin de la calleja está próxima; la densa luz, el pesado aire que se nos enfrenta, los barullos y los cuerpos que se despliegan. Sus orillas infectas, todos los residuos en su andar espesan, la rugida ceja como en los delétereos brazos que ya no sirven un carajo. Tufo de estibador en el Puerto cetrino. Está en calma la alondra y los largos supiros clavados en nuestras pieles, en nuestras fauces seniles por la maldita gravedad cenicienta. Se nos hace el transitar algo de bulín acolchado sin puerta de escape, cerrándose de a poco mientras las manecillas del reloj se despliegan en el hilo conductor de la sustancia primera como un yunque agitado por el herrero primigenio. Nuestra asfixia se presenta reconfortada con la calidez del cuerpo cercano, aquel vínculo mas tan solo el sabor a vainilla en los híbridos ojales de nuestras vestimentas de teatro gótico, de pinches enseres manipulados por el piloto automático. Puentes art-nouveau a la deriva.
viernes, 7 de mayo de 2010
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