Gracia
pensaba en el amor, un arma que destruiría con todo su dolor, con todo
sufrimiento; dándole pues su prisión adecuada para cada una de sus
preocupaciones, manías y fatigas que la vida le asestaba. Zarpazos de un enorme felino -todo lo que no
era- lo que de su corazón lo único que
creía verdadero por todo su aposteriori, por todo su extenso cuerpo de
primavera en celo.
Veía
en Lunes a máscaras mesiánicas, en Martes abovedados gritos védicos sin mayor
orquestación que la de sus propios gemidos, en Miércoles el doble naufragio de
Dario en tierras sagradas, en jueves Yaguarcocha un rio de sangre, en Viernes
Plato's Retreat en su mente una y otra vez. Los fines de semana eran de
descanso como ella mismo lo diría tiempo más tarde.
La vida, un gran basurero que seleccionar,
buscar ese hueco y armar con todo aquel ramaje de necesidades y hastíos su
bastión, su jade en medio de sus dos pechos de perra. Pero la verdad que el miedo es un poder
hermoso y ella lo sabía con toda su alma, pues sin su amor quedaría en su vacío
y como le teme al vacío a esa nada pretensiosa, siempre cruel, a esa soledad en
ciernes que nunca firmaría en la eternidad pues se hacía a un lado y proclamaba
su amor. Yo siempre la he visto vestir
de tules y la he querido sembrar pues Gracia sin su gracia no sería Gracia y
sin ser ella el vacío y su miedo al
bello espacio sin fin quedarían al descubierto, quedaría desnuda, totalmente
desnuda y, ninguna hembra se desnuda por completo.
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