El no quería venir, pues es tan hondo que vertía los carruajes de Apolo que recorrían aquella soledad que la enfermedad encausaba en la primera de la larga travesía. El primer día que entendió que el era diferente, que no era el resto, que había de ser sosegado con un paulatino y lento ocaso. Medio día que pegaba en la graba, luz tenue que se regaba desde el jardín exterior hacia donde Dexter un día la conquistó. Regábase entre tulipanes y las rejas blancas de La Unidad Nacional se extendían mientras ella reía con un mimetismo que el recuerdo aprestaba, una substancia tan ardua que llegaba hasta él con un agujero de incertidumbre, de sueños extintos que se interponían hacia el tan solo agradecimiento del hoy, con miedo del mañana, con terror.
domingo, 3 de mayo de 2009
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