Hay veces que la ciudad tiembla sin ninguna antelación, sin previo aviso. Tan solo un crepitar al principio calmo luego varias crepitaciones incesantes; ya un jarrón caer por el medio de la mesa de centro y su estruendo en las habitaciones vecinas no hace sino halar un poco más aquellos hilos de quietud y penumbra con los que se habría visto enjambrada y nada más que un impulso y todo echo trizas. Las risas deletéreas en cada uno de los rincones que se escabullen no hacen sino tan solo pensar en sustancias obscenas que se regodean con cada impulso de oquedad que ellas llevan. Quizás encontrar algo, a alguien por alguna inflexión sistemática que recae en hipo y otro chocar de copas en los costados de la ladera. Con Merló, con Cirá llenos todos. No nos hace sino tan solo recordar el pasar de los carros una y otra vez, una y otra vez en penumbra.
miércoles, 8 de octubre de 2008
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