sábado, 25 de junio de 2011

EN EL TEATRO

Los espacios siempre nos dejan un sabor amargo cuando recordamos los fugaces momentos de gloria y derrota que ellos llevan consigo. En aquellos efímeros instantes que nosotros percibimos inconclusos y expectantes se vierten en ellos candores que nosotros llevamos dentro, que dejamos ajenos sin un propósito acaso, en ellos se guarda el silbido y la hoguera. En sus partículas ínfimas ellos se desplazan con nuestra sonrisa y cadencia. Sin su pronta marcha en nosotros no quedaría ni un celebre o un amargo recuerdo, pues son ellos, los espacios ocultos que nos muestran el espejo voraz por donde observamos tranquilos nuestra sepultura. Y es así que los bastidores que en la sala de estar se recuestan tranquilos, cuando Antón en épocas de frugales e intensos ritmos dejaba la alianza que con ella llevaría el encuentro primero, tan apática y misteriosa en los suburbios del sueño y la estancia. Las luces cálidas que se refractan en el fresco apetecido suave, con sabor a romance se deleitan con un pasar sobrio y sin máscara alguna. Cuantas noches la pregunta urgida en los escondites del polvo, el de los de cisnes rosas. Cuantas patrañas en este mundo tan fétido y enfermo lo que ella detestaba con suma impaciencia y que el ocultaba cauteloso, siempre alegre, firme, efímero animal deseoso. El sábado para Margot, la ansiedad extrema, el mondo color cenizo de su fe daba claros brotes de ternura en el acto previo al compromiso. Esperaba impaciente a su corazón que la llevaría de paseo por Corrientes, de luces toda ella quedaría en un as los destellos de su sonrisa mordaz. Ya tendría el ticket, la pregunta primera, para alguna función de temporada se me apetece estreno de lleno o ha media voz en el eco lo que imagina la guapa rubia del Plata. Todo su arsenal de tintes se veían cálidos en posiciones convencionales para algún taxómano urgido de texturas implacables para cada una de sus bestias a etiquetar, así se disponían los juegos implacables, las miles de posibilidades para múltiples ocasiones, los miles de disfraces posibles con una u otra máscara que recordar.
Su mirada daba a ciencia cierta unos mantos brumosos que se apeaban en el firmamento, perezosos y cansos jinetes que dejaban su algodonera tan opaca y turbia. Pensaba y más certera toda ella que el día no iba a darse alegre ni tranquilo, iba hacer un día lluvioso la certeza primera, y ya pensaba exacta en el gran paraguas negro, con ese mango de madera que del abuelo lo único que quedaría, el sobretodo en la cama, el estuche y el clavijero que se agiganta. Mientras aplicaba una base dorada en todo su rostro pálido y aquellos labios carnosos, dulces cerezos que atesoraba. Se escuchaba en la radio que la tenía en el living unos ruidos molestos que recorrían por todo el largo del pasillo, que ya llegaban a ella, que ya imaginaba un celofán estrujarse y cientos de ellos ahora cuando el sonido vuelve con más intensidad. Luego de sopetón la puerta cierra, nada quería que interrumpiera aquel ritual de las sombras de todos aquellos coquetos desenfados. Sus manos afiladas para los trazos ya luego de enmascarar las pequeñas fallas que los años desfiguran inevitable y con un lento aroma el rubor de los años 30 que siempre en ella se encontraba. El traje de noche, el último modelo de Praga.
Allí por el ventanal no tan lejos ella veía hundirse sombras, en la profundidad las paredes de los edificios contiguos y en ellas alargadas sombras de tonos fríos, azulados en los bordes extremos y obscuros mantos negros en todos los bloques habituales que se intercalan con las luces amarillas, con el periódico de hoy regado en la alacena, con todas aquellas voces que se perciben atrás de aquellos muros que se avecinan tardíos, siempre sus miradas que son sus quejas habituales y el cielo que se espesa en azul marino se hace tan apático y sugerente. Los patios internos que son varios, pues como postigos los edificios que detallan el perímetro propuesto se dan visibles desde el dormitorio carmín donde Margot siempre con susto ve alguna sombra que se escabulle y su corazón en transfondo quizás observa. Y ha Margot las sombras siempre la habían puesto en sustos. Ya recordaba la obscuridad al subir la gradas de Martha hacia el piso segundo para atrapar algún otro que se abría refugiado en sus espacios ocultos. Pero ella nomás recordaba la obscuridad de la obra en construcción, las cargosas bromas de sus primos, los celofanes que se estrujaban como luciérnagas en medio del vacío, los tropezones con los maderos expuestos, las luces mínimas que se expandían como centellas en el exterior, las sombras que se escabullían por las paredes internas del gran salón lo que provocaban un temor que nacía repentino, incrementándose poco a poco cuando tenía que internarse mucho más para encontrar a Fabricio, a Gustavo o Merló. Luego la trampa habitual, ya las escondidas en los obscuros pasadizos de la casa en construcción eran una jugarreta sin pierde para los sustos, para los lloros de Margot. Nadie nunca ganaba nada tan solo el gran susto, las cruentas risas de los niños sabidos y la nerviosa Margot que se arrinconaba, que ya iba con su aterido cuerpo a contarle de las fechorías de los niños a Don Lucho, tan angustiada. Ya el castigo habitual, que valía la pena todas las consecuencias, que vale por un millón la cara de terror de Margot lo que se decían los primos. El cabello suelto con su tersura, con su tono melocotón la sacaban de los pérfidos recuerdos infantiles, ya para cepillarlo, ya para plancharlo, para decorarlo, que debe tener caída natural lo que se decía. Mientras, algo irrumpía y mas no era la hora que giraba inevitable sino unos murmullos que con su almibarada cadencia se internaban en la mente de Margot con su obscuridad, con sus recuerdos. Un pianissimo en medio de aquel vacío cuando Holliday que se interseca con su voz alucinada, que le taladraba el cerebro de una forma que nadie la había taladrado antes lo que recordaba, le gustó mas el I-pod de temporada siempre necio y defectuoso, toda una maravilla. Romance in the dark repetía una y otra vez whit you con énfasis mientras el piano como en una corriente maravillosa corría junto con los vientos y la base rítmica que le hacían caer en felicidad. Margot que ya quería recordar, que ya paró el tema que buscaba y al fin encontró mucho más romántico se decía Love me or leave me se arremetía con su azul indefinible, con sus vientos que le hacían tener ganas de frutillas a la crema, con todos los tugurios de New Orleans a los que nunca podrá llegar, con todos los blancos enamorándose en Nueva York lo que imaginaba, lo que le hacía quebrar de alegría por segunda ocasión. Se veía con la vestimenta adecuada, con todos los Lps en sus manos, como se veía sentada en la cama, con el calzado de rebaja que le gustó. Ya debería despedirse de sus tinturas, de sus reflejos, de todo lo que en ella daban las luces y el disfraz.
Antón ya esperaba impaciente que bajara Margot, le hubo de llamar en dos instancias y en ésta última Margot sintió un poco de urgencia en la voz de Antón.
-Que tan siempre precavido como se pudo olvidar de los tickets mi amor -se escuchaba-.
Ya cerraba la puerta y con ello una gran parte de ella, el móvil en su bolso verificaba y abría la puerta metálica del ascensor enrejado luego la siguiente. En aquel modelo italiano de principios del siglo XX bajaba retocándose a última hora el movimiento del cabello, ya el brillo en sus labios almidonados en el reflejo del espejo comunal. El gran paraguas negro le impedía salir del edificio por lo pesado de esta y ya Antón que se recata y le ayuda con la gran vidriera que es el portón principal. Con su sobretodo negro tan plácida entraba al coche que ya se alejaban por Boedo entre la noche brumosa y las luces amarillas de los faroles que permutan en medio de la avenida.
El frío había incrementado, las voces que pasaban presurosas con ganas de entrar en algún sitio se esparcían por la avenida como la bruma que se regodea entre los ventanales de los restaurantes, por dentro de los maxi-quioscos, de las librerías 24 horas por cada uno de los transeúntes en marcha, tan apresurados con sus abrigos y los paraguas de tonos opacos, con un aroma muy suave de seducción. En medio de los espejuelos de las lentes una llovizna que se hacía del todo insoportable si tenías que contrastarlo con aquel ventarroncillo que se sostenía por el largo de la avenida. Todas las luces en muestra, la gran luminaria con sus enormes carteles de fiesta, todos los programas a la vista por dentro de zaguanes luminosos y brillantes. Paseo la plaza repleto muchos a escuchar las “candidas” comedias argentas como los paraguas que se arrinconaban unos por aquí, otros por allá con sus sonidos de cierre tan famosos, las bufandas atrincheradas algunas húmedas, las chamarras, los lentes lluviosos y las nacaradas carcajadas de algún otro que pasa se esparcían por el medio de aquel terso film en donde las luces se impregnaban en la retina de los transeúntes que es el normal desenvolvimiento de los acontecimientos, la habitual salida de sábado por la noche si no fuera por esta lluviecita ¡carajo!.
Ya pensaba Antón lo hermosa que estaba ella, con su vestido negro al cuerpo que le cabía perfecto matizaba con sus cabellos claros, con su blanca piel de Mayo. La miraba como al principio, cuando todo empezó; las salidas esporádicas desde la casa de sus padres, las primeras visitas al motel que detestaba. Tan solo hoy la sonrisa que valía todo el despelote de su histeria, de sus gritos y sin razón. La veía a Natalia que acomodaba a las últimas personas en una de las mesas del fondo con un desaire terrible por todas las noches en vela mientras, tomaba otro trago más por su popote blanco con filos celestes mirando inalterable el polvillo que se refracta por el medio del cían, del rojo, con toda esa sucesión jocosa que son las interminables pruebas de luz . Ya el pequeño teatro repleto y la gente estaba impaciente por el inicio del espectáculo.
-Pero si que me mentiste no Antón, que te habías olvidado los tickets, ¡ja!, vaya mentirilla.
-Pero ya ves querida estamos en buenas mesas, y si te hubiera dicho que tenía los tickets cuanto más hubieses tardado en arreglarte y en esto hay que ser puntual aclaraba mientras veía como Margot absorbía con refinada manera su tequila Sunrise.
Margot con un apacible sentir miraba con ojos rufos a Antón que se desataba entre frases que se disolvían en el bullir de los murmullos del lugar.
Ya las luces iban en crescendo, ya las voces se apagaban de a poco, los acomodadores servían tragos en algunas mesas cuando se internó una música de cabaret que hacía preveer que la comedia no abría de resultar aburrida.
El primer acto de Así de Perras con toda aquella melaza de danza y puterío que le gustaba a Margot, como aquellas siluetas que se impregnaban en las paredes del fondo se arremetían por la danza de aquellas mujeres en el escenario y aquí ningún temor hubo de percibir mas le gustó, como las siluetas se truncaban unas con otras, como las luces daban un matiz diferente para cada una de aquellas damas, como la voz penetraba y se esparcía por el medio de la sala, como la música acaecía en cada uno de aquellos escenarios, unos graves y obscuros y otros luminosos y vibrantes, ya se apega hacia Antón y le veía como miraba a la rubia que era la actriz principal.
-Te gusta la rubia ¡no! le decía con una voz muy débil que se aproximaba hasta a él como una brisa de primavera.
-¡Shh! no ves que están en escena respondía más quedo y miraba a Margot con más ansias que nunca.
Proseguiría el monólogo que debería ser la parte más exultante de la obra pero que por su largo estadio y su poca impronta instó de aburrir a Antón y comentaba.
- Ya me cansó esta pendeja, no lo crees Magui.
A ella que no le abría resultado de ningún modo aburrida; se identificaba con la protagonista , en su soledad, en su aislamiento, en sus dudas y respetaba lo que tenía que hacer para mantener a sus hijos, luego se percata y responde.
-Sabes querido que a mi me encanta, hay algo en ella que me atrae.
Ya Antón se imaginaba una noche de trío con Margot y la rubia aquella y le gustaba, no le decía nada pero la veía, como la veía.
Las risas del lugar se tomaban de los recodos de cada una de la mesas de los asistentes por un inflexión en la obra, para sacarlos de la zozobra del monólogo se contrastó con algunas sucesiones jocosas que le hacían quebrar en llanto a Margot del puro gusto.
-Como me hacen reír decía mientras se secaba las lágrimas con su pañuelo y que de Antón no pudieron sacar ni un solo murmullo.
En el último acto, las sombras volvían a sus posiciones con la danza y el juguetón desparpajo de los alquimistas en escena luego un beso que tranzó los labios cerezas de Margot se devino en risotadas y chacota en escena. Luego un chirriar al principio calmo mientras los actores se afilaban para la culmine de la noche, otro chirriar más fuerte se podía percibir de los engranajes de alguna polea del telón secundario ya luego unas cadenas que se resbalan, los engranajes que ceden y las poleas una de ellas en el escenario con todo el armatoste del telón cayó como un rayo que parte la noche espesa. Esa caída no tendría importancia alguna si su dirección hubiere sido otra, más habría condimentado todo el desorden y medias tintas de la función habitual. Pero acá tomaba ya otro color; luego de la risas y el alegre estar cuando vemos el cráneo hecho añicos de la actriz principal por la polea secundaria que la destrozó en medio del telón que la cubría y luego otro susurro sobrevino en medio del frenesí, de la multitud absorta, un susurro entre llanto y estupefacción.
-¡Uffff, que suerte la nuestra!
Decía Margot en medio del espacio oculto con sus ojos atiborrados de Hembra.

lunes, 6 de junio de 2011

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El número 3 es un número de tierra como yo y por lo tanto entrañable. El tercer aniversario de este blog un cumpleaños de máscaras y de disfraces. -ja!-. Es un tiempo de quietud con mucho sueño, quietud en el blog,  en mi vida también mucha quietud, pues no se olviden que este blog es un reflejo innato de la vida que me transcurre que yo la transcurro en lo susesivo cuando ella tan cálida me desgasta poco a poco.  Va gyrando, ya el tercer giro de este blog en esta circunferencia  irreal. Y esos elefantes blancos que están apoyando al grande de Atlas resuenan en la lejanía.

BUCLE

  I ¿Esta mar… las partículas que se desvanecen una y otra vez, en el mismo episodio creo que lo dejé..., pero ya ves, cambia y cambia de es...